El hechizo del relámpago

?¡Le has dado en todo el medio!?, nos decíamos lo amigos cuando disparábamos con la escopetilla de perdigones a las latas. En todo el medio, en el centro mismo, porque no era igual pegarle en un extremo que en el corazón de la lata. Entonces salía disparada, como reventada, y desaparecía. ¿No decimos lo mismo cuando alguien se va por las ramas?, ?eh, ve al centro de la cuestión?, porque intuimos que en el corazón de un dato o un hecho está lo esencial. ¿Dónde está el Reino de Dios?, en el centro de la existencia del ser humano, en todo el centro, como cuando alguien se enamora y le dice a la culpable, ?es que te me has metido en el mismísimo centro de mi vida?. Jesús no habla de sí mismo como un ser humano que trae consigo una experiencia periférica, es Dios descendido a la altura del ser humano, que se coloca en el centro de su vida sin hacer ruido. Una mañana vas a visitar a tu tía Juani, que está en la residencia del barrio más sola que un felpudo, y le das la vida con tus carantoñas y el relato de las anécdotas triviales de tu semana. Entonces el Reino de Dios se abre paso en ese rincón de la residencia, como hace el café cuando advierte de su presencia a distancia.

Qué ingenuos, o qué mala intención la de los fariseos cuando le preguntan al Señor si el Reino vendrá un día determinado, así, como con ruido de feria, como si fuera la fiesta con la que finalizan las campañas de los candidatos a la presidencia de los EEUU. La respuesta de Jesús da que pensar, ?el Reino no viene aparatosamente?, guau, es lo más parecido a la palabra gestación. Cuando una madre cría a su hijo desde el seno, porque la crianza empieza desde la fecundación, allí tiene lugar un reino de crecimiento imparable, silencioso, oculto entre humores vítreos y oscuros, todo inadvertido pero poderoso. Así es el Reino, cuyo parto vendrá cuando veamos a Dios cara a cara, en el lugar donde ya no hay luto ni dolor. Mientras tanto, el Reino va creciendo en susurro. Siempre he pensado que ser cristiano es una manera de mirar la realidad en la que no hay un interés físico-químico. El cristiano no ve cantidades, pesos, volúmenes, ve cómo se fragua el Reino de Dios mientras se construye una amistad, un matrimonio… Vamos a ver, si no nos habituamos a una vida entrañada en la oración y en la eucaristía, seguiremos viendo formas pasajeras, cosas que me dan gusto, gente que me es útil, experiencias interesantes pero que no duran, todo a media luz.

¿Cuándo y cómo vendrá el Señor? En la Escritura se dice que ?vendrá sobre las nubes del Cielo con gran poder y majestad?, pero el texto está en clave semítica, es decir, es la manera como el Señor hablaba para hacerse entender por los que le escuchaban, para que todo entendieran que nos revelará su verdadera naturaleza, ese es el significado, ni más ni menos. Pero, ¿cómo lo hará?, lo dice Jesús hoy en el Evangelio, ?pues como el fulgor de un relámpago brilla de un extremo al otro del cielo, así será el Hijo del Hombre en su día?. Qué expresión más maravillosa y poética, no será como un trueno, sino como esa luz azul que disipa la negrura de una tormenta y nos deja embobados y enamorados de ese misterio. El Señor se compara a las cosas que nos atraen y hechizan por su misterio, como el agua, el fuego, el relámpago. Qué ganas del Señor, ¿no?